{llega la primera lluvia a beirut y yo vuelvo a mis diarios de aquella primera tormenta de noviembre del 2020}
«Fuera llueve con rabia y pienso en las otras. Lo decía Mahmud Darwish.
Tú que te haces el desayuno, piensa en los otros
(no olvides alimentar a las palomas)
Tú que te enzarzas en tus batallas, piensa en los otros
(no olvides a los que piden paz)
Tú que pagas la factura del agua, piensa en los otros
(los que maman de las nubes)
Tú que vuelves a casa, a tu casa, piensa en los otros
(no olvides al pueblo de los campamentos)
Tú que te duermes contando estrellas, piensa en los otros
(hay quien no halla donde dormir)
Tú que te liberas con las metáforas, piensa en los otros
(los que han perdido su derecho a la palabra)
Tú que piensas en los otros lejanos, piensa en ti
(di: Ojalá fuese vela en la oscuridad)
Fuera llueve con rabia y pienso en las otras. En los pueblos de los campamentos. En aquellos que no encuentran ni lugar en ellos. En los restos de casas que servían de abrigo. En las gentes que las hacían hogar. Pienso en las otras. En las que cuentan sus billetes deseando haberse descontado. En las que miran a sus hijas descalzas con una decepción tierna clavada en su pecho. En aquellas cuyo pasaporte condiciona los litros de agua que esta noche calan sus huesos. En las otras que ni se permiten soñar. En las que luchan por vivir. Pienso en las otras que me reprocharían estas líneas sobre ellas cuando nunca las he mirado a los ojos. Pienso en esas que cargan todo el peso de su familia a sus hombros, que habitan ajenas a revoluciones, guerras y cumbres. Que solo quieren alimento.
En las otras que huyen, que no tienen más remedio que confiar en el vaivén de las olas para alcanzar tierra segura. Las que, encerradas en su hogar, sufren la violencia de quienes les prometieron amor, seguridad. En aquellas que siguen en su empeño por existir en un mundo que las quiere extintas. En las forzadas al silencio. Sus bocas cerradas acallan gritos ahogados en lo más hondo de sus gargantas. Sin abrigo, sin papel, una existencia condenada a la sucesión de tragedias. Pienso en aquellas nacionalidades cuyos éxitos son rarezas. Y condeno nuestra mirada desde la pena, la compasión y el juicio. Aunque, por lo menos, algunas se detienen a mirarlas. La mudez suele ser nuestra respuesta generalizada. La mejilla siempre hacia otra dirección. Otra más pulcra y clara. Me detengo en el pensamiento de cómo un nacimiento, motivo de felicidad por ser vida apareciendo, puede apretar más la soga en ciertos cuellos.
Desde mi cama caliente y acogedora, pienso en como la lluvia me ha inspirado a pensar en las otras. Esas que no quieren prosa, que apenas buscan compasión. A todas ellas debo mis palabras y mis contradicciones.
Las otras son miles, centenares de miles, millones. Se suceden las cifras, los números oficiales que silencian el sufrimiento, lo magnifican. Pero son tan enormes datos que su magnitud resulta abrumadora. Pasa rápido frente a nuestros ojos, consciente de nuestra finita concentración. El impacto es mínimo. Vienen otros tras de sí que ya acostumbradas, apenas nos robarán un segundo el aliento. Llenamos páginas y páginas de relatos de las otras para que nuestras iguales hagan algo, reaccionen, corran bajo la lluvia con un ajuar de paraguas, chubasqueros y llaves que abren cálidos refugios. Para que todas ellas se conviertan en “vela en la oscuridad”. Que sean fogata, abrazo, manta. Fusión entre cuerpos y explosión de calores.
Al otro lado de mi ventana, Beirut tiembla de noche. Una tormenta de tremendas dimensiones se ha abalanzado sobre la ciudad para recordarnos la finitud de nuestra presencia. Aterrada, me he levantado de esa cama que me mece cada madrugada. Mi cuerpo consciente de la posibilidad elevada de violencia que acecha a este lado de la costa mediterránea. Otros se han abocado a sus balcones también. Llevan en la piel incrustado el trauma de la deflagración de miles de toneladas de sustancias tóxicas en el puerto de su ciudad. Sin la experiencia de la explosión en las entrañas, la he sentido caer desde el cielo. ¿Otra deflagración? ¿Una guerra civil inminente? ¿Otra invasión israelí? ¿Alguna injerencia extranjera? No, solo era la naturaleza avisándonos del final de este verano eterno. Con insistencia, el cielo se ha lamentado toda la noche.
Pero, después, hemos amanecido con el sol beirutí, trastocando nuestra psique. ¿Qué fue eso de anoche? ¿Un sueño? ¿Una invención? Una vivencia colectiva. Y mi alma sigue agitada. Entumecida por esas otras cuyo trauma las ha desvelado. Afligida por los pedazos de ciudad que jamás volverán a su lugar. Confundida porque este mar ya se ha instalado en mi pecho y juega con mi concepto de hogar. Aunque el sol ya esté secando los charcos de anoche, los toldos siguen goteando agua sobre nuestras cabezas. Ya no hay tanta rabia, es un repiqueteo manso que nos invita a olvidar, a aplaudir su final. Las otras, con sus ropas empapadas, aún no pueden vislumbrarlo. Con el mundo que las cobija, tal vez nunca puedan lograrlo.»