Escribir como ejercicio de disidencia intelectual. La escritura como elemento esencial de mi kit de feminista aguafiestas. Escribir como mi estado natural de estar en el mundo. Todo, sin duda, todo me lleva a escribir, a crear con todo lo que tengo dentro y todo aquello que me roza. Reivindico la escritura como parte de mi ser, de mis ganas de ser, como mi mejor herramienta para sacudir a las demás. No exijo nada más, solo arrebatarles la paz de la comodidad y darles otra a cambio, esa que te deja una buena sacudida de cuestionamientos críticos.
Me aferro a esa idea, la de la disidencia intelectual. Escribir como forma de rebelarse no sólo en contra de los poderes neoliberales y patriarcales, sino también contra los ritmos de tiempo que imponen, la competición constante y el refrito periodístico del que parece que estamos condenadas a depender. Sentarse frente a la página en blanco, luchando contra las distracciones que nos rodean, es una forma de desafiarlas. Sin límite de tiempo ni objetivo establecido para este encuentro, lo que hago es permitirme ser, aportar algo diferente –en primer lugar a mí misma y luego al resto–, algo que busca ir más allá, contar todas las historias sin tener limitaciones de espacio o interés. Contarlo porque y para que haya sido contado, haya quedado documentado, haya permanecido de alguna forma. Y aún con la historia contada, ir un poco más y más allá. Allí donde el breaking news tampoco nos permite llegar. Un lugar rebosante de contexto, conocimiento y reflexiones, todas ellas repletas de incomodidad, de verdades tan crueles como reales. Ahí reside también la disidencia intelectual que me propongo reivindicar.
Escribir por el simple gusto de escribir. Escribir para ser feliz después de haber renunciado a la felicidad. Por ese sentimiento tan egoísta e individual pero necesario de sentirse bien con una misma. De terminar el día cumpliendo con tu trabajo profesional y propio. Escribir para mantenerme cuerda, para saber donde estoy e intentar adivinar hacia dónde me dirijo. Escribir para obligarme a pensar, a argumentar más allá de la urgencia del día y a dejar tras de mí algo más, palabras, pensamientos, reflexiones a las que volver, y que no caduquen a las horas. Escribir porque, como disidente intelectual que soy, no sé hacer otra cosa.